Mesut Özil llegó al Real Madrid en el verano de 2010 con la vitola en potencia de gran jugador de fútbol. El equipo merengue se fijó en él tras una gran campaña trabajando para el Werder Bremen tanto en Bundesliga como en la Europa League y un torneo sobresaliente con la selección alemana en la Copa del Mundo de Sudáfrica.
Hubo una masa importante de aficionados, no sólo del equipo de Chamartín sino al fútbol en general, que anduvieron temorosos de que sus expectativas sobre el jugador de origen turco se vieran insatisfechas o quedaran en una mera ilusión fugaz. Pero desde el primer momento en que pisó suelo español se vio que Mesut estaba hecho de otra pasta: lánguido, con apariencia de no romper un plato y, a la par, de no saber dónde estaba. Pero bajo esa coraza se encuentra un futbolista ávido, técnico, con potencia para esconder el balón y con una visión de juego que hace que sus últimos pases sean letales.
Al no tener una forma física muy boyante, su rendimiento se ve disminuido en algunos partidos puntuales, e incluso durante un período más largo -como el principio de esta temporada-. Tras estos bajones, las críticas se hacen latentes y José Mourinho tiende a apartar a Özil de las alineaciones, pero a la mínima que las cosas se endurecen el portugués dobla las rodillas ante la calidad del '8' teutón. La temporada pasada ya lo demostró contra rivales como Racing de Santander, Sevilla o Athletic de Bilbao. Y en esta temporada el mejor ejemplo lo encontramos en el último Clásico disputado, donde Özil dio una lección de juego entre líneas y control en ataque que hizo que callara muchas voces críticas.