Derek Fisher. Un pipiolo de 37 años procedente de Little Rock, en Arkansas. Lleva en la NBA desde 1996, llegando en uno de los mejores momentos de la liga -con los hitos de los Bulls de Jordan- y en uno desconcertante para su franquicia, los Lakers de Los Angeles. Apariencia rocosa, con una mecánica de tiro muy old school y siendo uno de los pocos gentleman que quedan en la liga norteamericana. A decir verdad, nunca ha destacado por ser una gran estrella, pero sí se ha hecho respetar por todos.
Comenzó en Los Angeles Lakers rompiendo en pieza importante del esquema de los angelinos, siempre en el papel secundario, algo que no se le daba nada mal. En la entrada del nuevo milenio, tres anillos en tres años consecutivos (2000, 2001 y 2002), y tres temporadas en dobles dígitos. Todo era púrpura y oro, pero la rotura en el vestuario produjo una estampida que se llevó con ella a Fisher. No muy lejos, a la bahía de Oakland para jugar con los Golden State Warriors. Dos años sin sobresaltos ni excitaciones, en un equipo de mitad de tabla. De ahí a Salt Lake City, para jugar en Utah Jazz sólo un año. Y, de nuevo, retorno al Staples. Otros dos anillos más se sumaron a su lista, en 2009 y 2010, al lado de Pau Gasol.
Atrás quedan en la memoria de los aficionados las hazañas de Fish. Ese tiro triple imposible a falta de una décima en San Antonio en 2004 para sacar a los texanos de los Playoffs, algo que a la postre tampoco serviría de nada a unos indolentes Lakers. Esa historia humana en la que Fish pasó del hospital de Nueva York donde estaba su hija a la pista de su ex-equipo -los Warriors- para anotar el triple ganador en una prórroga a la que Derek había llegado de viaje express por los pelos. O esas negociaciones, algo más recientes, para defender los derechos de sus compañeros siendo la voz del sindicato de jugadores.
D-Fish, como es apodado, marcha a Houston, que es su nuevo destino (parece que no por mucho tiempo). Muy criticado por su bajo rendimiento durante su última etapa angelina, deja incertidumbre en los Lakers. Pero deja algo más importante, deja un alma en pena: Kobe Bryant. El casi único apoyo que tuvo Kobe cuando se produjo la escisión en el vestuario con Shaquille O'Neal, el hombro donde llorar con el tedioso juicio de Bryant, el que le aconsejó un cambio de mentalidad a la hora de jugar y quien más ha soportado su carácter arrogante ha sido Derek Fisher.
Futuro miembro del Salón de la Fama y posiblemente "camiseta retirada". Poca tela que cortar, pero un armario lleno a sus espaldas
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